La astronomía no es más que una larguísima colección de historia de amor. Telescopios, sí, y máquinas computando mediciones complicadísimas y cientos de antenas escuchando los susurros que llegan desde el espacio, pero, sobre todo y antes que nada, son historias de amor. Historias que no siempre acaban bien.
Peter van Kamp empezó a obsesionarse con la estrella de Barnard y su sutil bamboleo en 1938, recién llegado como director al Observatorio Sproul de Pensilvania. Allí dedicó interminables horas a encontrar variaciones minúsculas en las fotos de la estrella. El 18 de abril de 1963 anunció que, según sus minuciosos cálculos, Barnard tenía dos gigantes gaseosos orbitando a su alrededor.
La comunidad científica le creyó a pies juntillas. Durante una década, los expertos celebraban el descubrimiento de los dos primeros planetas fuera del sistema solar. Pero, como en la biografía de Foster Wallace, todas las historias de amor son historias de fantasmas. En 1973 y utilizando una tecnología mucho más precisa, George Gatewood y Heinrich Eichhorn demostraron que esos planetas no existían.
van Kamp nunca reconoció su error y la convicción de que Barnard le acompañaría el resto de su vida costándole prácticamente todo. De vuelta en Amsterdam, con un rosario de amistades rotas y escaso prestigio profesional, murió en 1995. Hoy, no me cabe duda, esbozaría una sonrisa. El CSIC español ha encontrado un planeta orbitando su estrella.
La sonrisa de van Kamp
Por supuesto, ni el descubrimiento no tiene nada que ver con los trabajos de van Kamp, ni existen esos dos gigantes gaseosos. El planeta que orbita Barnard es una supertierra fría. Y no, no se trata de un planeta más: esta enana roja, mucho más pequeña y antigua que nuestro Sol, es la segunda estrella más cercana a la Tierra. Está, por así decir, a la vuelta de la esquina (galácticamente hablando).
"Después de un análisis muy cuidadoso, tenemos más del 99% de confianza de que el planeta está allí, ya que este es el modelo que mejor se ajusta a nuestras observaciones", explicaba Ignasi Ribas, investigador del Instituto de Ciencias del Espacio del CSIC y director del Institut d'Estudis Espacials de Catalunya (IEEC). "Sin embargo, debemos permanecer cautelosos y recopilar más datos para terminar de confirmarlo en el futuro, ya que las variaciones naturales del brillo estelar podrían producir efectos similares a los detectados".
Por su cercanía, por su movimiento extraño y sí, por la fama que le aseguró van Kamp, la estrella de Barnard ha sido una de las estrellas más estudiadas por los astrónomos. En 2015, un análisis ya sugirió la posibilidad planetaria para explicar los datos que teníamos.
Desde entonces, un equipo internacional de investigadores coordinado por el CSIC han observado regularmente la estrella de Barnard con espectrómetros de alta precisión. "Los espectrómetros [...] se utilizan para medir el efecto Doppler. Cuando un objeto se aleja de nosotros, la luz que observamos se vuelve ligeramente rojiza. Por el contrario, cuando la estrella se acerca a nosotros, la luz se vuelve azulada", explicaba Ribas.
Al analizar esas observaciones, todo encajó: ahí había un planeta (GJ 699 b). Una supertierra con un mínimo de 3.2 masas terrestres y una órbita de 233 días. Eso sí, según el equipo, su temperatura rondaría los 170ºC bajo cero, con lo que la capacidad de sostener agua líquida en su superficie se hace poco probable.
Se trata de una proeza increíble. hasta ahora no éramos capaces de encontrar planetas tan pequeños y tan alejados de su órbita. "Este descubrimiento significa un impulso para continuar en la búsqueda de exoplanetas en nuestros vecinos estelares más cercanos", decía Cristina Rodríguez-López, investigadora del Instituto de Astrofísica de Andalucía (IAA-CSIC). Es decir, "la esperanza de que eventualmente nos encontremos con uno que tenga las condiciones adecuadas para albergar la vida" se hace cada día más fuerte.
Por supuesto, ni el descubrimiento no tiene nada que ver con los trabajos de van Kamp, ni existen esos dos gigantes gaseosos. El planeta que orbita Barnard es una supertierra fría. Y no, no se trata de un planeta más: esta enana roja, mucho más pequeña y antigua que nuestro Sol, es la segunda estrella más cercana a la Tierra. Está, por así decir, a la vuelta de la esquina (galácticamente hablando).
"Después de un análisis muy cuidadoso, tenemos más del 99% de confianza de que el planeta está allí, ya que este es el modelo que mejor se ajusta a nuestras observaciones", explicaba Ignasi Ribas, investigador del Instituto de Ciencias del Espacio del CSIC y director del Institut d'Estudis Espacials de Catalunya (IEEC). "Sin embargo, debemos permanecer cautelosos y recopilar más datos para terminar de confirmarlo en el futuro, ya que las variaciones naturales del brillo estelar podrían producir efectos similares a los detectados".
Por su cercanía, por su movimiento extraño y sí, por la fama que le aseguró van Kamp, la estrella de Barnard ha sido una de las estrellas más estudiadas por los astrónomos. En 2015, un análisis ya sugirió la posibilidad planetaria para explicar los datos que teníamos.
En busca de fantasmas
Desde entonces, un equipo internacional de investigadores coordinado por el CSIC han observado regularmente la estrella de Barnard con espectrómetros de alta precisión. "Los espectrómetros [...] se utilizan para medir el efecto Doppler. Cuando un objeto se aleja de nosotros, la luz que observamos se vuelve ligeramente rojiza. Por el contrario, cuando la estrella se acerca a nosotros, la luz se vuelve azulada", explicaba Ribas.
Al analizar esas observaciones, todo encajó: ahí había un planeta (GJ 699 b). Una supertierra con un mínimo de 3.2 masas terrestres y una órbita de 233 días. Eso sí, según el equipo, su temperatura rondaría los 170ºC bajo cero, con lo que la capacidad de sostener agua líquida en su superficie se hace poco probable.
Se trata de una proeza increíble. hasta ahora no éramos capaces de encontrar planetas tan pequeños y tan alejados de su órbita. "Este descubrimiento significa un impulso para continuar en la búsqueda de exoplanetas en nuestros vecinos estelares más cercanos", decía Cristina Rodríguez-López, investigadora del Instituto de Astrofísica de Andalucía (IAA-CSIC). Es decir, "la esperanza de que eventualmente nos encontremos con uno que tenga las condiciones adecuadas para albergar la vida" se hace cada día más fuerte.
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