Retomando algunos de los lineamientos con los que construyó Bonanza en el 2001, Rosell cuenta la cotidianeidad de una comunidad wichi. De la mano del etnógrafo, se adentra en la Salta profunda y, desde Tartagal, hace hablar a los wichis en su propia lengua. Pero también, como en el cuento de Borges, el etnógrafo americano “llega a soñar en un idioma que no es el de sus padres”. Así, Rosell pone en escena multiplicidad de lenguas –las maternas y las que se aprenden, las que nos son propias y las ajenas– para proponer que el lenguaje es lo que nos define y nos identifica. Este extranjero, antropólogo de profesión, llega para observar e investigar las prácticas sociales de una comunidad, se queda a vivir allí y se vuelve la voz cantante (hablando de voces) de la resistencia de los wichis por defender sus tierras, sus tradiciones; en definitiva, su identidad. La película trabaja sobre la grieta que genera el olvido en el que están sumidos estos pueblos y expone de un modo tenso y a la vez amable, uno de los modos en el que las tradiciones se instalan conflictivamente en el cuerpo social.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario