Hay un pequeño problema con el estudio y otro que es más bien grande. El primero es la definición de muerte cerebral, puesto que indica el final definitivo del funcionamiento del cerebro: si se pudiera curar, entonces no se podría llamar muerte cerebral.
Podemos saltarnos este detalle si tenemos en cuenta que estar “clínicamente muerto” depende de lo avanzada que esté la tecnología. La falta de respiración y pulso se utilizaron durante mucho tiempo para dictaminar que una persona había fallecido hasta que los métodos de reanimación mejoraron.
A día de hoy, las personas que por ahogamiento han sufrido de hipotermia extrema, falta de oxígeno, pulso y respiración durante varias horas pueden ser reanimadas (con suerte y la intervención médica apropiada) e incluso no tener corazón no es sinónimo de muerte si te encuentras en la mesa del quirófano durante un trasplante.
Teniendo en cuenta los antecedentes históricos, no deberíamos descartar la posibilidad de que en un futuro la tecnología nos permita reanimar a las personas que a día de hoy están clínicamente muertas. Si el Proyecto Reanima tiene éxito, tendremos que replantearnos qué es la muerte cerebral y posiblemente el estado de algunos pacientes. Puede que esto también dificulte la investigación en pacientes en dicho estado, puesto que podrían ser salvados y algunas intervenciones pueden producirles daños.
¿De quién es el cerebro?
La pregunta más difícil y ética es si ayudaría de alguna forma a la persona fallecida o (asumiendo que funcione) si incluso podría ocasionar una nueva identidad.
Normalmente por identidad entendemos que hay algún tipo de continuidad. Para que una persona sobreviva no basta con que el cuerpo haya sobrevivido, también tiene que haber algún tipo de continuidad psicológica. Muchas veces se pasa por alto qué es exactamente la continuidad psicológica en las consideraciones filosóficas normales sobre identidad personal, dado que normalmente están más orientadas a la metafísica relacionada con lo que sucede que a los problemas de cambios radicales de personalidad o de daños cerebrales.
En el mejor de los casos, el tratamiento de Reanima reviviría de forma milagrosa a las personas declaradas como fallecidas, recuperando la continuidad psicológica plena, teniendo que anular el certificado de defunción y permitiéndoles continuar con su antigua vida. Obviamente se beneficiarían del tratamiento porque tendrían una segunda oportunidad para vivir.
Pero no es difícil imaginar que el tratamiento, en realidad, no restauraría completamente el cerebro: con los nuevos tejidos formados por el tratamiento puede que los recuerdos, la personalidad o ciertas funciones se pierdan o se modifiquen y que se trate de una nueva persona la que tenga una vida digna que pueda disfrutar.
Podríamos decir que estas personas se beneficiarían de la misma manera que lo hace un niño cuando viene al mundo. Pero si la continuidad psicológica no existe o se ve limitada, la persona original no se vería beneficiada: esa persona en realidad habría muerto puesto que su cuerpo y su cerebro han pasado a ser una nueva persona.
¿Tiene sentido un tratamiento de este tipo si solamente es capaz de crear nuevos individuos? Ya no se trata de una cura, sino más bien de una forma poco común de reproducción. Si queremos que parte de la persona permanezca, también podemos trasplantar sus órganos para que otras personas se puedan beneficiar.
El verdadero problema de este asunto es que se puede dar el caso de que las personas reanimadas no vayan a tener una vida satisfactoria o que dichas personas ya no sean las mismas pero sus familiares sigan teniendo la obligación moral de ocuparse de ellas.
¿Nuevas esperanzas?
¿Merece la pena llevar a cabo esta investigación? Como mínimo nos ayudaría a entender mejor la neurorregeneración, algo que es útil para la ciencia y para la medicina. Si bien sigue siendo pura teoría y hay pocas posibilidades de que tenga éxito, pudiendo ser incluso contraproducente.
Si la investigación resulta prometedora, el debate ético se endurecerá y si es muy prometedora, el cuerpo pasará de ser visto como una donación anatómica a ser visto como un paciente que está muy enfermo. El planteamiento de estos dilemas éticos requerirá la aplicación del sentido común de forma prudente.
El verdadero problema puede que simplemente esté en que Reanima no vaya a tener éxito. Echando un vistazo a su página web me pregunto en qué consiste realmente la empresa, aparte de una página que ofrece una aplicación. No me sorprendería que acabara siendo una campaña viral para algún tipo de película de miedo que le haya tomado el pelo a varias fuentes de noticias. Bien es cierto que ha registrado el ensayo clínico y el presidente de la compañía parece ser una persona real con objetivos reales.
Ir por la yugular en vez de jugar con pequeños detalles puede ser lo que el doctor le pide a la industria de la salud, criticada por no intentar solucionar los grandes problemas. Interrumpir la muerte probablemente no va a ser una tarea sencilla, pero como dice Seth Godin: “Esperar la perfección nunca es tan inteligente como hacer progresos”.
Por Anders Sandberg, Investigador en el Instituto del Futuro de la Humanidad de la Oxford Martin School, Universidad de Oxford
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