El terrorismo basa su éxito exclusivamente en un factor: que hablemos de él. Habida cuenta de que ser víctima de un ataque terrorista es algo mucho más remoto que tropezar en unas escaleras y morir, lo único que dota de poder al terrorista es la cámara de ecos que generan los medios de comunicación.
Hablar durante tanto tiempo de los ataques terroristas (así como de los accidentes aéreos) generan una alarma injustificada, de la que el terrorista se aprovecha. Además de todo ello, usar el terrorismo para obtener determinado objetivo es tremendamente ineficaz.
Lo inútil de matar gente
De hecho, los movimientos de resistencias política no violentos son mucho más eficaces, como han estudiando las politólogas Erica Chenoweth y Maria Stephan, que recopilaron un conjunto de datos de los movimientos de resistencia política de todo el mundo entre 1900 y 2006.
Lo que descubrieron con su estudio es que tres cuartas partes de los movimientos de resistencia no violenta triunfaron, frente a tan solo un tercio de los violentos. Gandhi, después de todo, tenía razón, a la luz de los datos estadísticos.
Estos datos son más importantes de lo que parecen, porque muchas de las personas que se unen a un grupo insurgente o terrorista violento no siempre son estúpidas. Los líderes de los grupos radicales tienen a menudo un alto nivel educativo, y muchos de los que pertenecen a la carne de cañón tienen hasta formación universitaria.
Si las personas que leen empiezan a descubrir, con los datos en la mano, que la sabiduría convencional a propósito de la necesidad de la violencia revolucionaria estaba profundamente equivocada, quizá ello reduzca de forma significativa los terroristas en el mundo. De hecho, estaría bien que los análisis cuantitativos de la violencia política formaran parte del currículo universitario, más aún que las obras de Karl Marx o Frantz Fanon.
También ayudaría, naturalmente, que se establezca un mecanismo de control informativo que permita que cale en la gente que es mucho más probable que a un estadounidense sea una víctima mortal del virus de la gripe, una apendicitis o la propia Policía a que fallezca de un ataque de Al Qaeda.
Estos datos son más importantes de lo que parecen, porque muchas de las personas que se unen a un grupo insurgente o terrorista violento no siempre son estúpidas. Los líderes de los grupos radicales tienen a menudo un alto nivel educativo, y muchos de los que pertenecen a la carne de cañón tienen hasta formación universitaria.
Si las personas que leen empiezan a descubrir, con los datos en la mano, que la sabiduría convencional a propósito de la necesidad de la violencia revolucionaria estaba profundamente equivocada, quizá ello reduzca de forma significativa los terroristas en el mundo. De hecho, estaría bien que los análisis cuantitativos de la violencia política formaran parte del currículo universitario, más aún que las obras de Karl Marx o Frantz Fanon.
También ayudaría, naturalmente, que se establezca un mecanismo de control informativo que permita que cale en la gente que es mucho más probable que a un estadounidense sea una víctima mortal del virus de la gripe, una apendicitis o la propia Policía a que fallezca de un ataque de Al Qaeda.
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