En 2016, escondido en el suelo de una planta de reciclaje, unos científicos japoneses encontraron un microbio capaz de alimentarse de botellas de plástico. Hasta ese momento, la estructura cristalina (y la hidrofobia) de polímeros como el PET había hecho imposible convertirlos en dióxido de carbono y agua.
Y eso era un problema colosal. Del mismo tamaño que la enorme cantidad de desechos plásticos que tenemos encima. Por suerte, la naturaleza se nos adelantó y el descubrimiento de Ideonella sakaiensis abría la puerta a soñar con una verdadera solución al problema. No nos equivocábamos.
Una enzima que come plástico
“La casualidad a menudo juega un papel importante en la investigación científica fundamental y nuestro descubrimiento aquí no es una excepción” explicó John McGeehan, biólogo estructural de la Universidad de Portsmouth en el Reino Unido.
El laboratorio de McGeehan usó sistemas de modelización tridimensional basadas en rayos X para conseguir ver el funcionamiento interno del catalizador biológico. Así estudiaron a fondo la PETasa, la enzima que ayuda a I. sakaiensis a descomponer el tereftalato de polietileno, tan usado en la fabricación de envases y textiles.
Ahí fue cuando se encontraron con una sorpresa: una variante 'mutante' de esa enzima que aumenta hasta un 20% la capacidad para degradar el plástico.
No sólo eso, la enzima modificada pudo descomponer también otros tipos de polímeros que hasta ahora no se podían. “Y este descubrimiento imprevisto sugiere que hay espacio para mejorar aún más estas enzimas, acercándonos a una solución de reciclaje para la creciente montaña de plásticos desechados”, explica McGeehan.
Pese al entusiasmo de McGeehan, no hablamos de nada que se vaya a traducir en innovaciones directas e inmediatas. Pero abre la puerta lo suficiente como para que apostemos por ello. Si estamos ante una solución ante el problema de los plásticos o no, lo dirá el futuro. Pero, a falta de reducir nuestro consumo de plásticos, es una buena señal.
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